El riff de «Pride and Joy» de Stevie Ray Vaughan es una de esas piezas que todo guitarrista quiere tocar tarde o temprano. Tiene garra, tiene ritmo, suena espectacular… y esconde una trampa detrás de otra.
Descargo de responsabilidad: a mí me sale como una mierda.
(Ya está dicho. Seguimos).
En este artículo voy a explicarte por qué este riff parece difícil y lo es, pero no para desanimarte. Todo lo contrario.
La idea es que entiendas qué lo complica (spoiler: no es solo lo que tocas) y cómo puedes abordarlo por capas, sin frustrarte y sin tener que vender tu alma al diablo del shuffle texano.
Vamos al lío.
Al final de este artículo tienes el vídeo con la explicación completa.
Pero ya te aviso: si lo ves sin haber leído esto antes, puede que te suene a chino.
Tú verás.
No es un riff: son cinco cosas a la vez
¿Y por qué parece tan difícil tocar bien el riff de «Pride and Joy»?
Porque no es solo un riff. Es una coreografía entre las dos manos, el ritmo interno, el acento ternario y el maldito scratch.
A primera vista parece una tontería: un par de notas, un ligado, y a correr.
Pero si alguna vez lo has intentado, ya sabrás que algo te suena raro.
O plano.
Algo se te engancha al dedo.
También, es muy probable, que roces cuerdas que no deberías.
La respuesta es esta: estás intentando tocar todo a la vez sin haber separado antes las capas.
¿Cuáles son esas capas?
- El ligado bien hecho, sin soltar el dedo de atrás.
- El rasgueo ternario, ese «un-dos-tres un-dos-tres» que parece una biela.
- El scratch colocado en su sitio (no al tuntún).
- El swing, que le da el carácter.
- La coordinación exacta entre notas y efectos.
Y no, no se puede practicar todo eso a la vez.
Primero se desgrana, luego se junta.
Como un guiso de los que llevan tiempo:
si echas todo en crudo y lo pones al fuego… no sale.
Y si sale, no hay quien se lo coma.
Primera capa: el ligado que suena liado
La primera capa del riff es ese ligado simple en apariencia, pero que se convierte en un dolor de muelas si no prestas atención a un detalle: no levantar el dedo de atrás.
Si al hacer el ligado levantas el dedo que estaba pisando antes… ya la has liado.
Porque entonces se te escapa una nota más.
O suena la cuerda al aire… o pierdes el control del ritmo.
Sí, puedes hacer el hammer-on sin todo eso (Stevie, creo, lo hacía sin tanta ceremonia, pero tú —ni yo— somos él).
Y sí, te puede sonar decente si lo haces diferente.
Este no es un ligado de adorno. Es una pieza de precisión.
Tiene que salir rápido, firme y con intención.
Y para eso necesitas aislarlo y practicarlo solo, sin rasgueos, sin scratch, sin nada más.
Fijándote sobre todo en la mano izquierda.
Y el dedo de atrás plantado como si fuera el mástil lo que se está apoyando en él.
Practica así antes de meterle más cosas encima.
Porque si esta capa no está clara, todo lo demás se viene abajo.
Luego, en el vídeo de abajo, verás que no es imposible.
Segunda capa. La biela ternaria
Aquí empieza el meneo de verdad. Porque si no pillas este ritmo interno, no hay groove que valga.
El riff está en tresillos, no en corcheas rectas.
Es el «un-dos-tres un-dos-tres» que te tiene que sonar en la cabeza y debes sentir las muñecas.
Como si llevaras una manivela rítmica dentro del brazo.
Importante: la bajada va en el uno (obviando el dos).
La subida es el tres.
↓un-(dos)-↑tres, ↓un-(dos)-↑tres…
Eso es lo que tiene que estar pasando por debajo, aunque estés pensando en el ligado, en el scratch, en el swing y en la madre que parió a Texas.
Practícalo sin más: solo ese rasgueo.
Sin notas.
Sin complicaciones.
Baja– –sube…
Saca agua.
Hasta que tu brazo lo haga sin pensar y fluya.
Tercera capa. El scratch (con orgullo y alegría)
Este es el toque de la casa. El que no es nota, pero se oye lo que más.
Mr. Scratch.
No es una nota. No tiene altura. No da armonía.
Pero si lo quitas… el riff pierde alma. Se queda flojo.
Y si lo colocas mal… parece un resbalón en vez de un gesto con intención.
El scratch, aquí, no es decorativo.
Es parte del ritmo, del acento, de la actitud.
Va colocado en el «tres» de cada grupo, y tiene que sonar como si estuviera ahí para darle sentido a todo lo demás.
Practícalo solo, como quien repite una palabra hasta que la dice con naturalidad.
Nota – – scratch.
Otra vez.
Y otra.
Hasta que salga con orgullo.
Y alegría.
Cuarta capa. El swing que lo moldea todo
Aquí es donde todo se retuerce.
Donde el ritmo se estira, se dobla… y de repente cobra vida.
Porque el swing hace eso: convierte un patrón cuadrado en algo con forma elástica.
Con gesto característico.
Con intención.
Un tresillo de corcheas, sí, pero con truco: si juntas el primer y segundo golpe, y dejas solo la tercera corchea para el segundo rasgueo… lo que suena es una «corchea» larga seguida de otra corta.
Dos notas por negra, pero deformadas con propósito.
Eso es el swing.
Una contradicción rítmica que se baila.
Parece que llega tarde, pero está clavado.
Parece relajado, pero corre que se las pela.
En la cultura americana, esto se mama.
Aquí, lo hemos tenido que importar.
Y aprender a sentirlo a bases de escuchar e imitar.
Porque esto no venía de serie en la música española.
El swing es hijo de la mezcla.
De la tradición africana llevada a América a la fuerza, y cruzada con la música europea.
Por eso, no es solo una técnica: es una manera de estar en el ritmo.
De moverse con esa historia en las muñecas.
Practícalo así, sin adornos: solo el ritmo y ese vaivén con intención.
Y verás cómo el riff, de pronto, se amolda. Se balancea.
Se vuelve Stevie.
Quinta capa. Coordinar sin pensar (ni pifiarla)
Y ahora que ya tienes todas las piezas… hay que hacer que encajen.
Ligado, rasgueo, scratch, swing…
Separados, pueden sonar decentes.
Pero cuando los juntas, todo se desmorona si no hay coordinación real entre lo que haces y lo que suena.
Aquí no vale pensar en cada detalle.
O lo has entrenado bien, o no te sale.
Porque en el riff de «Pride and Joy» no da casi tiempo a corregir sobre la marcha.
La mano debe ir conectada a la emoción:
si tu cabeza duda… ya se te ha ido el tren.
Por eso es importante haberlo practicado por capas.
Para que ahora puedas meterlo todo junto, con la confianza de que cada engranaje está en su sitio.
Como un gesto automático.
Como un tic con groove.
Y sí, lleva tiempo.
Pero cuando te sale: lo sabes.
Porque suena limpio, suena suelto,
y te dan ganas de repetirlo mil y una noches…
solo por el gusto de que fluya.
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Ahora, sin más dilación, te dejo con el vídeo…
Espero que lo estés disfrutando y que le saques partido.